No hay ninguna duda al respecto: la actual pandemia mundial ofrece algunas graves advertencias y varios mensajes fundamentales a nuestras sociedades. En primer lugar, de manera repentina y simultánea, centra nuestra atención en la vulnerabilidad e interdependencia de la vida; la centralidad de los cuidados y las-os trabajadoras-es esenciales, la mayoría de ellas-os mujeres y migrantes o de grupos racializados; y el papel irremplazable de la cohesión barrial y los equipamientos básicos para nuestra reproducción social. Debates públicos en los medios sociales e innumerables webinarios abordan cada vez más la necesidad urgente de replantear la forma en que organizamos las ciudades y los territorios, diseñamos actividades económicas y establecemos procesos de toma de decisiones a diferentes escalas. A lo largo de estas discusiones, la cooperación y la solidaridad son palabras clave para enmarcar las reivindicaciones y propuestas que surgen de un amplio abanico de actores.

Desde hace décadas, movimientos sociales, comunidades y activistas de todo el mundo han venido construyendo prácticas y narrativas sobre esos mismos mensajes bajo los paraguas vinculados del Derecho a la Ciudad y el Nuevo Municipalismo. El cumplimiento de la función social de la tierra y la propiedad; la defensa de los bienes comunes (naturales, urbanos y culturales); el reconocimiento y apoyo a las economías sociales, diversas y transformadoras; la radicalización de la democracia local y la feminización de la política son algunos de los principios más destacados que guían una multitud de acciones y esfuerzos. En el contexto actual estas contribuciones parecen más pertinentes que nunca, ya que proporcionan indicios concretos para hacer frente a la emergencia y, al mismo tiempo, impulsar transformaciones sustantivas para los años y decenios venideros.

Porque aún en tiempos de extrema incertidumbre hay una serie de cosas importantes que sabemos y que no debemos olvidar. Los omnipresentes valores coloniales/capitalistas, patriarcales y racistas son responsables de siglos de injusticias sociales criminales, explotación y destrucción del medio ambiente, haciendo que nuestros cuerpos, nuestras comunidades y nuestro planeta sean más susceptibles a todo tipo de riesgos y desastres. El shock pandémico no afecta a todas-os de la misma manera, y sus consecuencias serán generalizadas y duraderas para vastas poblaciones que ya viven en condiciones vulnerables. Al mismo tiempo, y a nivel mundial, la humanidad tiene los medios y los conocimientos (incluidos los saberes ancestrales de los Pueblos Indígenas junto con una producción académica y científica socialmente comprometida) para proporcionar bienestar para todas-os. Se necesitan con urgencia cambios audaces y valientes, que ciertamente no son imposibles. Tragedia e indignación, sí, pero también inspiración nos rodea por todas partes, ¿podemos verla?

COVID-19, desigualdades subyacentes y tensiones renovadas

La crisis sanitaria y los enormes efectos sociales y económicos que conlleva están haciendo visibles y exacerbando las desigualdades preexistentes de género, raza y clase que  han aumentado exponencialmente  en los últimos diez años, como consecuencia de las políticas neoliberales, la privatización de las infraestructuras y los servicios públicos, el trabajo de atención no remunerado y mal remunerado, y la codiciosa mercantilización de los bienes comunes. Las comunidades negras y latinas sobre-explotadas y empobrecidas se encuentran entre las más afectadas por la falta de acceso a la salud pública en los Estados Unidos , el país más rico del planeta.

Al mismo tiempo, las recomendaciones de «quedarse en casa y lavarse las manos» no tienen en cuenta las limitaciones que ponen en peligro la vida de 1.600 millones de personas que viven en condiciones de vivienda inadecuadas (incluidos más de 1.000 millones de personas en los llamados asentamientos informales y 2.200 millones que carecen de acceso a agua potable y saneamiento), ni las necesidades urgentes de más de 150 millones de mujeres, hombres y niños sin hogar que  viven en las calles de todo el mundo . En general, el trabajo y la educación a distancia no son una opción para al menos la mitad de la población mundial que depende de salarios diarios que, a su vez, aumentan su fragilidad para hacer frente a la actual epidemia mortal.

En Ahmedabad (India), las-os vendedoras-es ambulantes están desempeñando un papel crucial para
garantizar la seguridad alimentaria en varias zonas de la ciudad, en una iniciativa de colaboración que
tiene posibilidades de repetirse en ciudades de todo el país. Foto: SEWA

En medio de una precariedad amplificada, los gobiernos nacionales y locales de todo el espectro político están adoptando una serie de medidas que indican tanto esperanzas como miedos. Porque vuelven a presentarse varias tensiones y falsas dicotomías bien conocidas: las necesidades sociales frente a las preocupaciones económicas; la ayuda humanitaria frente al «desarrollo» a mediano y largo plazo; la reacción sectorial, competitiva y divisoria frente al enfoque integral, de colaboración y de construcción de la comunidad. El papel del sector público se vuelve crítico, pero con él también los renovados riesgos de centralización burocrática, programas políticos antidemocráticos y capitalismo de amigotes. Entonces, planteemos algunas preguntas importantes: ¿reciben la ayuda que necesitan las personas en las condiciones más vulnerables? Las políticas que se están aplicando ¿están reduciendo o aumentando las brechas de desigualdad? ¿Quiénes son las personas y grupos que no están siendo considerados? ¿Y quiénes son las (pocas) personas que obtienen, una vez más, (muchos) beneficios durante la pandemia?

Las ciudades como lugares de sufrimiento… ¿y esperanza?

Según ONU-Hábitat, el 95% del total de casos de COVID-19 se dan en zonas urbanas, con  más de 1.430 ciudades afectadas  en 210 países. Las desalentadoras imágenes y cifras del número de muertos en Nueva York, Milán o Guayaquil quedarán grabadas en nuestras retinas durante mucho tiempo, acompañadas de los trágicos testimonios de miles de personas que perdieron a sus seres queridos en pocas semanas. Nunca se deben olvidar los rostros de las-os migrantes desesperadas-os que se ven obligadas-os a regresar a las zonas rurales o a los países de origen, en medio de cierres nacionales repentinos y al borde del hambre en lugares como la India. Con pocas excepciones, la falta de coordinación e incluso los discursos y acciones abiertamente contradictorios de las esferas oficiales han sido la regla, con terribles consecuencias y millones de vidas afectadas.

Una vez más, los gobiernos y las comunidades locales son los primeros en dar respuesta, aunque a menudo carecen de los recursos adecuados y en muchos casos se enfrentan a autoridades nacionales reacias e incluso autoritarias. A pesar de sus limitados presupuestos, varios agentes locales y regionales han venido adoptando  medidas rápidas y audaces  para hacer frente a la crisis actual. Mediante la movilización de una amplia red de apoyo en especie y la desmercantilización del acceso a los bienes y servicios esenciales están tratando de garantizar la vivienda, el agua, los alimentos y la electricidad para todas-os.

Las moratorias de alquiler en viviendas públicas, el congelamiento de tarifas y el fortalecimiento de los bancos de alimentos se combinan con hospitales de campaña y atención sanitaria a distancia. La reutilización de edificios, terrenos y espacios públicos se ha convertido en una herramienta fundamental. Las viviendas y habitaciones de hotel vacías, los centros de conferencias, los estadios y otras instalaciones comunitarias se adaptan para dar refugio a las personas sin hogar, a las mujeres que sufren violencia doméstica y a las-los trabajadores de la salud que necesitan aislamiento. Las calles vacías se están transformando en líneas más amplias para ciclistas y peatones.

Si bien se reconoce la relevancia de estas medidas fundamentales y urgentes para hacer frente a la situación de emergencia, varias voces están planteando nuevas preocupaciones y preguntas adicionales: ¿son suficientes estas medidas? ¿cuánto tiempo durarán? ¿podrían estar señalando el camino a seguir hacia los profundos cambios socioeconómicos y políticos que nuestras sociedades necesitan de forma desesperada?

Un mural de la huelga de alquileres en Hyde Park (Chicago) Foto: Darius Griffin

Derecho a la ciudad y nuevo municipalismo: agendas locales para latransformación global

Durante las últimas décadas, desde las plazas y barrios de São Paulo, Ciudad de México, Santiago, Nueva Delhi, Durban, Brooklyn, Beirut, Barcelona, Hamburgo o Estambul, por mencionar sólo algunos ejemplos paradigmáticos, múltiples movimientos sociales se han enfrentado a la urbanización neoliberal y a la mercantilización de todos los aspectos de la vida. Cada uno ha encontrado maneras de experimentar en el
desarrollo de paradigmas más justos, democráticos, saludables y sostenibles para organizar nuestras sociedades. Al vincular las luchas locales y globales, las diversas ediciones del Foro Social Mundial que se iniciaron a principios del 2000 fueron ámbitos cruciales para el aprendizaje entre pares y la creación de alianzas, que se plasmaron en documentos colectivos como la  Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad , que han adquirido gran influencia (véase, por ejemplo, la Carta de la Ciudad de México por el Derecho a la Ciudad 2010 o la Constitución de Ecuador 2008).

Impulsados por su oposición a las medidas de austeridad impuestas en el contexto de la crisis financiera de 2007-2008, Occupy, Indignad@s, la Primavera árabe y cientos de movilizaciones similares pusieron en el centro de las agendas compartidas los derechos a la vivienda y la tierra, la soberanía alimentaria, la economía social y solidaria, los espacios públicos, la cultura y otros bienes comunes. Una concepción ampliada de la ciudadanía, no vinculada a la nacionalidad sino a los derechos humanos universales, y prácticas altamente participativas basadas en la autonomía y el autogobierno son hoy en día propuestas políticas clave en todas las regiones y bajo diferentes regímenes institucionales.

Basándose en estas poderosas corrientes y en sus propias raíces históricas (véase  Roth y Shea, 2017 ;  Rubio-Pueyo, 2017 ;  Russell, 2019 ;  Thompson, 2020 ), el Nuevo Movimiento Municipalista, como parte de una consideración más amplia de la forma en que organizamos democráticamente nuestras ciudades, ha mostrado algunas posibilidades concretas de recrear el estado local, alejándose de los mantras tecnocráticos y corporativistas basados en la «competitividad», la privatización y los procesos de toma de decisiones altamente opacos, corruptos y antidemocráticos. En ciudades y pueblos de Argentina, Kurdistán, España, Reino Unido o Estados Unidos, partidos independientes de ciudadanas-os y las plataformas progresistas de gobiernos locales están desafiando abiertamente los modelos de liderazgo convencionales, jerárquicos y masculinos, comprometiéndose con la feminización de la política. La radicalización de la democracia adquiere un nuevo significado: no sólo abordar la desigualdad de género y la sub-representación institucional de las mujeres, sino aplicar políticas que desmantelen el patriarcado y se centren en la vida cotidiana y el bienestar de todas-os. La  re-municipalización de los servicios  y las  asociaciones público-comunitarias  están demostrando ser herramientas fundamentales para avanzar en los objetivos definidos colectivamente.

La actual pandemia global está poniendo en foco las prioridades y los cambios urgentes que no podemos seguir posponiendo. Junto con cosmovisiones indígenas ancestrales como el buen vivir y agendas transformadoras ecofeministas, antirracistas y decoloniales contemporáneas, la difusión del derecho a la ciudad y las nuevas prácticas y narrativas municipalistas podrían ayudarnos a crear el futuro que necesitamos, en torno a una ética de redistribución, solidaridad y cuidado.

 

Lorena Zárate es miembro fundadora de la Plataforma Global por el Derecho a la Ciudad  y ex-presidenta
de la  Coalición Internacional del Hábitat (HIC) .

Foto de portada: ONU-Hábitat/Julius Mwelu