En tiempos de modas, inmediatez y actualizaciones, cada vez más toca reafirmar que algunas palabras siguen teniendo vigencia. Se podría decir que esto nos sucede con la idea de municipalismo. En un contexto de emergencia climática y de polaridad social extrema, en un mundo nunca tan tecnologizado y a la vez tan injusto, las fórmulas para poder abordar estas múltiples crisis pasan por imaginar nuevos horizontes. A la vez,en muchos casos esto puede implicar la necesidad de resignificar palabras con una larga tradición. 

El municipalismo es visto desde distintos espacios como una posible respuesta ante este contexto injusto, puesto que puede generar la transformación y creación de nuevas realidades más participativas y más capaces de reorganizar la vida según principios más humanos y equitativos. Quienes defienden esta perspectiva dejan claro que no hablan de cualquier municipalismo, sino de un municipalismo realmente transformador de las maneras de vivir, trabajar e incluso hacer política juntas. Y que se verifica en las acciones, no en las palabras. Local no es sinónimo de buen hacer, ni colectivo sinónimo de horizontalidad. El municipalismo va sobre todo de democracia y la democracia debe ser un verbo que construya, no un simple objeto que decore. Mientras las extremas derechas intentan ocupar todo el espacio de debate político con discursos simplistas o cooptando conceptos de la izquierda, serán los actos los que nos diferenciarán. 

La Red REDINAM (Red Investigación y apoyo al municipalismo) acaba de publicar un informe (en castellano aquí) donde se analiza la experiencia del asalto institucional municipalista 2015-2019. El informe está  escrito desde la perspectiva de los movimientos sociales que eligieron no entrar en la institución y que han vivido estos años desde la periferia de los ayuntamientos. Representan o que llamamos la pata social del municipalismo. De este trabajo,  realizado con iniciativas de todo el Estado español, se pueden extraer algunos resultados que son interesantes para el desarrollo del movimiento municipalista en el  futuro.

Taller de REDINAM sobre agroecología y municipalismo en Córdoba

 

El municipalismo en el Estado español

El municipalismo ha sido un faro desde hace siglos y se ha ido actualizando a través del tiempo. Pero siempre ha buscado construir el cambio desde abajo: desde organizaciones que posibiliten la autonomía y busquen atender urgencias y necesidades básicas que no pueden esperar una respuesta. Estas respuestas a veces simplemente no son capaces de darlas las instituciones formales. La razón principal de la emergencia de esas organizaciones (y movimientos) es que en esos ámbitos, fundamentalmente los de las instituciones públicas formales , se ocupan muchas veces más de servir al mercado que a la ciudadanía. 

La gente suele identificar las instituciones públicas con las élites y en los márgenes queda ese abajo que funciona bajo otras lógicas y que sirve a la gente. Si bien han existido históricamente muchas realidades funcionando bajo esa forma de hacer no institucionalizada, casi siempre han sido invisibles desde el punto de vista de la opinión pública mayoritaria. Han sido calificadas como alternativas, lo cual las ha alejado de lo normativizado y, por ende, de lo que se puede anhelar como futuro. 

En el Estado español la esperanza de que eso cambiase estaba relacionada con cuestionar las lógicas subyacentes del espacio elitista e institucionalizado Y esto sucedió el 15 de mayo de 2011. En el 15M un cúmulo de descontentos confluyó con ese mundo alternativo y todo ello hizo pensar que realmente lo alternativo podía pasar a ser protagonista. Algunos años después, muchos grupos decidieron formar plataformas o partidos políticos que pudieran entrar en la arena electoral con el objetivo de – en teoría – construir realidades más justas desde abajo, jugando el juego de las élites y a la vez intentando cambiar las reglas de ese juego. 

 

Los desafíos del ciclo político 2015-2019

Tras ganar las elecciones municipales en muchos lugares en 2015, esas plataformas se enfrentaron a varios desafíos. Sin duda el primero fueron las expectativas a las que debían responder. La vieja política no suele generar ninguna, pero esta ola del cambio sí y esas expectativas eran enormes. A su vez, las urgencias y las necesidades no ayudaban a rebajarlas. Las expectativas se dirigieron hacia grupos de personas que tenían que entrar en una realidad nueva, institucional, muy burocratizada, pero que tiene una capacidad de transformación muy limitada. En cuatro años estas personas tenían que intentar cambiar el mundo mientras navegaban un mar de críticas y ataques provenientes de la política tradicional. 

El segundo gran desafío era responder a esas expectativas desde dentro del espacio tradicional de las élites (el institucional), teniendo cuidado de no parecerse a ellas demasiado. Pero esto era difícil, porque había que mantener una cierta distancia prudencial con los movimientos sociales, cuya forma de acción natural es la presión desde las plazas y las calles. Había que cuidar los movimientos y distinguir los nuevos roles para ganar legitimidad. Aquel espacio, ciudadano y de movimientos, era el origen de muchas plataformas electorales municipalistas y se sentía como parte de la construcción del municipalismo transformador.  Pero los movimientos querían seguir siendo autónomos y estando claramente desvinculados de la institución formal y quienes estaban en las instituciones querían hacer ver que estaba ahí para todas, no solo para las más cercanas a sus ideas. Esto era especialmente difícil en el caso de personas que ya habían sido visibles en los movimientos y ahora contaban con un cargo institucional. En esta situación, la pregunta era: ¿cómo y dónde se relacionarían las dos partes en este nuevo contexto? La clave era encontrar espacios y formas de diálogo donde todo esto fuera posible de gestionar. 

Por último, un gran desafío era demostrar públicamente que la gente que venía del mundo alternativo eran capaces y estaban cualificadas para gestionar un ayuntamiento y no eran meras antisistema ocupando el gobierno local. En este sentido, podríamos decir que esto planteaba un reto para el proyecto transformador: aprender a actuar en un espacio formal, cuya prioridad es producir la mayor cantidad de acciones posibles en cuatro años, pero a la vez hacerlo desde formas y procesos que pudieran colocar la vida en el centro. No solo la vida de las personas que estaban dentro, sino también del resto de personas, en cada acción y relación que fuera generada. 

 

Aprendizajes de ciclo electoral

Pasados casi cinco años, y después de que las últimas elecciones en junio de 2019 fueran un revés importante para muchas de estas plataformas, toca revisar y analizar qué ha pasado. Toca preguntarse si se supieron afrontar los retos y si realmente tener más votos y llegar a la institución significó ganar. Para ello son importantes las miradas de quienes han estado dentro de la institución, pero también otras miradas, como las de los movimientos sociales que decidieron seguir construyendo desde abajo, desde lo cotidiano, y presionando desde las calles y las plazas a la institución, incluso en los casos en los que tuvieran compañeras dentro. 

Según el estudio realizado desde REDINAM, las personas que estuvieron dentro de la institución han sufrido un cansancio enorme y  en estos cuatro años se han desfondado En muchos casos ellas mismas experimentan un descontento grande por no haber respondido a las expectativas y también porque otras personas no respondieron a las suyas. 

Desde los movimientos sociales se ve en muchos casos que el impacto de la ventana de oportunidad electoral en la decisión de presentarse a las elecciones pudo más que las capacidades reales que había para gestionar los resultados, que en algunos casos implicaba tener que gobernar ciudades importantes. Se cree que no se midió bien lo que esto último suponía y a la vez que muchas plataformas tampoco tenían bases sólidas como proyecto ni una fuerte relación entre sus integrantes, como para poder afrontar estos años. Esto se tradujo en el hecho de verse sobrepasadas y a la vez, en muchos lugares, en divisiones que han desconcertado y desilusionado a muchas de las personas que apoyaron las candidaturas en 2015. 

Desde una mirada de construcción municipalista del poder en la que las relaciones son la clave, desde los movimientos se percibe que el espacio que podían encontrar para hablar con la institución era muy rígido. Iniciativas que trabajan con un enfoque que abarca distintas dimensiones de la transformación social y con una mirada territorial amplia, debían relacionarse con una institución que necesitaba encajarlas en una casilla. Esto generó una primera incomodidad, al no haber sido posible crear espacios nuevos adaptados con las que todas pudieran identificarse y donde el adentro y el afuera pudieran relacionarse. 

Asociación de vecinas del barrio de Abetxuko, Gasteiz

Además, la centralidad de las ciudades ha sido un elemento dominante que ha generado malestar entre quienes habitan el medio rural, porque no se han encontrado espacios para construir conjuntamente en el territorio. Se ha echado de menos visibilizar el hecho de que el municipio va más allá del ayuntamiento y que abarca realidades diversas. 

De igual forma, se observa que han chocado los ritmos inhumanos de la institución con la necesidad de tiempo para construir procesos realmente participativos y participados. La institución puede/debe acompañar procesos, pero no debe ser el agente que marque los tiempos. El motivo es que sus formas responden a lógicas principalmente electoralistas y burocráticas que no permiten sostener en el tiempo esos procesos de construcción colectiva. Así, desde algunos movimientos sociales se lamenta que en estos cuatro años, aunque los gobiernos hayan hecho un intento honesto de crear espacios llamados participativos, realmente la participación quedara reducida a la asistencia a varias reuniones a título consultivo. 

En cualquier caso, no todo fue negativo y se valora como positivo el hecho de que se hayan abierto nuevos frentes en diferentes temas, más allá de los procesos fallidos Y en muchos ayuntamientos se han logrado parar horrores que habrían tenido lugar si otros gobernantes hubieran estado a cargo. 

 

La importancia del cuidado

Para acabar, cabe resaltar el aspecto humano y de cuidados (o carencia de ellos) en los procesos que han tenido lugar en estos años. Por un lado, la tensión entre la autonomía de los movimientos sociales y la voluntad en muchos casos de construir junto a la parte más institucionalizada ha sido una constante y ha llevado a mantener una distancia que en muchos casos se tradujo en física. En este escenario los cuidados se volvieron complicados. 

Por otro lado, la multipolaridad de las personas que venían de movimientos sociales y se convirtieron en caras visibles en el gobierno local ha sido complicada de gestionar y muchas de ellas ahora se encuentran agotadas y sin saber muy bien desde dónde seguir construyendo. Sin duda, en el momento actual, lo más complicado no es gestionar qué sucede con las siglas de las candidaturas (aunque sea lo más visible), sino qué sucede con las personas que han puesto cuerpo y energía durante estos años. Es por ello que la mirada feminista dentro de esta construcción no puede seguir siendo una mera opción sino que debe convertirse en un pilar fundamental. 

Mirando al futuro se puede decir que toca reflexión y reencuentro entre quienes creen que el municipalismo transformador es importante. El momento así lo pide y parece que hay por parte de todas predisposición; porque en un momento de emergencia climática y social el cambio no puede esperar. Pero para caminar juntas, se vuelven necesarias reglas claras, una mirada amplia sobre procesos y territorios, generar cultura del diálogo y muchos cuidados como base. Más allá de los últimos resultados electorales, nada está cerrado. Simplemente se avanza desde una realidad diferente de la de hace cinco años. 

 

Imagen de cabecera: Frontón recuperado por los/as vecinos/as en el casco viejo de Gasteiz (Pais Vasco)

Fotos: Isabel Álvarez